Hoy se sabe que la variedad, el desafío y la calidad de las
experiencias verbales y no verbales brindadas al bebé construyen su cerebro, y es
igualmente cierto que la vida emocional está enraizada en el vínculo afectivo con las
personas más cercanas, que lo envuelven entre múltiples lenguajes. Esa nutrición, tan
importante como la nutrición fisiológica, ofrece seguridad emocional y oportunidades
permanentes a la niña o al niño para saber quién es, qué siente, dónde termina y dónde
comienzan los demás.
Según afirma Bruner (1986), las facultades originales que
posee el bebé para interpretar y construir significados se activan en la medida en que la
madre, el padre o su cuidador lo involucran en ese juego de doble vía que él
denomina “reciprocidad” y que ilustra la capacidad, cada vez mayor de la madre para
diferenciar las razones de su llanto, así como la capacidad del niño de anticipar esos
acuerdos.
Saber que todo ser humano se nutre de palabras y símbolos y
que inventa su historia en esa conversación permanente con las historias de los
demás confiere al lenguaje un papel fundamental en la configuración del ser humano.
Desde este punto de vista, el lenguaje, en el sentido amplio de capacidad de
comunicación y simbolización, la lengua —oral y escrita—, como sistema de signos verbales
compartido por la comunidad a la que se pertenece, y la literatura, como el arte que
expresa la particularidad humana a través de las palabras, son esenciales en la
educación inicial, puesto que el desafío principal que se afronta durante la primera infancia
es tomar un lugar en el mundo de la cultura, es decir, reconocerse como constructor
y portador de significado.
Las bases para comunicarse, para expresar la singularidad,
para conocer, conocerse y conocer a los demás, para sentir empatía y para operar con
símbolos se construyen en los primeros años de la vida y por eso el trabajo
cultural, entendido en sentido amplio como el acceso y el disfrute de todas las artes, del
juego, de la lectura y de las prácticas familiares y comunitarias que identifican y
vinculan a las niñas y a los niños con su herencia simbólica es un componente prioritario de la
educación inicial.